Dormí con más tipos que con
los que tuve sexo. Sí, dormí. Varias noches tuve ese momento platónico de
dormir abrazada a alguien que me gustaba pero que, por distintas razones, no
lográbamos pasar del momento de besos y abrazos –y algún que otro toqueteo-.
Desde un “-no tengo preservativos” hasta el “-tomé demasiado y no puedo”, las
veces que dormí de noche con un muchacho no superaron el abrazo cucharita para
pasar el frío.
El sexo siempre era de
mañana o de tarde, nunca de noche; y por ende, nunca llegaba el momento de
dormir juntos, porque así como era de efímero el orgasmo, era el hecho de
compartir el mismo espacio físico. Por eso siempre esos momentos los vi más
relacionados a dormir “relajada”. Sin embargo, dormir sin tener sexo, siempre
me dejaba al día siguiente el gusto amargo de la incomodidad del “pudo haber
pasado algo, pero no pasó, ¿para esto me quedé acá? Me quiero ir a mi casa”,
seguido de un “-te acompaño a tomar el colectivo” y un raro beso de despedida
que sabías que era el fin de la noche, porque nunca más ibas a volver a dormir
con el mismo, y mucho menos, a estar cerca de tener sexo.
Casi siempre eran amigos de
amigos, que nos presentaban porque creían que porque ambos gustábamos de las
mismas películas o de las mismas bandas, íbamos a poder construir una relación
en base a lo que habláramos una noche antes de que me inviten a quedarme a
dormir..
Nunca esperé realmente que
pasemos de los besos y abrazos, mejor dicho, nunca me desesperé, pero llegaba
ese momento complicado en que ya se habían apagado las ganas, la idea inicial
se caía y sentía que quedarme era solamente algo que evitaba que volviera a mi
propia cama a las cinco de la mañana, cuando había dos grados bajo cero… Aunque
creo que volver en medio del frío iba a ser casi lo mismo. Sí, la cama acompañada,
con una espalda rozando la mía iba a producirme calor, pero aun así el frío
seguía entre nosotros, porque una pared invisible y fina separaba nuestros
cuerpos, apostando a que no iba a pasar más de lo que ya había –no- pasado.
Así es como aprendí a, de a
poco, empezar a superar el estrés de al día siguiente levantarme en una cama
ajena, completamente despeinada y con necesidad urgente de lavarme los dientes,
sabiendo que la persona que tenía al lado iba a verme en pijama por primera y
última vez, y que ahí terminaba nuestra aventura. Porque no, no estaba en
nuestros planes volver a dormir como extraños, no estaba en nuestros planes
hacer de cuenta de que en serio íbamos a tener sexo, sabiendo que el universo
no tenía ganas de todo eso vuelva a suceder.