23.6.17

Dormí con más tipos que con los que tuve sexo. Sí, dormí. Varias noches tuve ese momento platónico de dormir abrazada a alguien que me gustaba pero que, por distintas razones, no lográbamos pasar del momento de besos y abrazos –y algún que otro toqueteo-. Desde un “-no tengo preservativos” hasta el “-tomé demasiado y no puedo”, las veces que dormí de noche con un muchacho no superaron el abrazo cucharita para pasar el frío.

El sexo siempre era de mañana o de tarde, nunca de noche; y por ende, nunca llegaba el momento de dormir juntos, porque así como era de efímero el orgasmo, era el hecho de compartir el mismo espacio físico. Por eso siempre esos momentos los vi más relacionados a dormir “relajada”. Sin embargo, dormir sin tener sexo, siempre me dejaba al día siguiente el gusto amargo de la incomodidad del “pudo haber pasado algo, pero no pasó, ¿para esto me quedé acá? Me quiero ir a mi casa”, seguido de un “-te acompaño a tomar el colectivo” y un raro beso de despedida que sabías que era el fin de la noche, porque nunca más ibas a volver a dormir con el mismo, y mucho menos, a estar cerca de tener sexo.
Casi siempre eran amigos de amigos, que nos presentaban porque creían que porque ambos gustábamos de las mismas películas o de las mismas bandas, íbamos a poder construir una relación en base a lo que habláramos una noche antes de que me inviten a quedarme a dormir..

Nunca esperé realmente que pasemos de los besos y abrazos, mejor dicho, nunca me desesperé, pero llegaba ese momento complicado en que ya se habían apagado las ganas, la idea inicial se caía y sentía que quedarme era solamente algo que evitaba que volviera a mi propia cama a las cinco de la mañana, cuando había dos grados bajo cero… Aunque creo que volver en medio del frío iba a ser casi lo mismo. Sí, la cama acompañada, con una espalda rozando la mía iba a producirme calor, pero aun así el frío seguía entre nosotros, porque una pared invisible y fina separaba nuestros cuerpos, apostando a que no iba a pasar más de lo que ya había –no- pasado.


Así es como aprendí a, de a poco, empezar a superar el estrés de al día siguiente levantarme en una cama ajena, completamente despeinada y con necesidad urgente de lavarme los dientes, sabiendo que la persona que tenía al lado iba a verme en pijama por primera y última vez, y que ahí terminaba nuestra aventura. Porque no, no estaba en nuestros planes volver a dormir como extraños, no estaba en nuestros planes hacer de cuenta de que en serio íbamos a tener sexo, sabiendo que el universo no tenía ganas de todo eso vuelva a suceder. 

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